«La alimentación es decisiva en la prevención y curación de una enfermedad»

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Álvaro Pau Sánchez Sendra es diplomado en Enfermería por la UCV de Valencia. Durante su formación, hizo prácticas en el Hospital Universitario Doctor Peset y en el Hospital Valencia al Mar, entre otros. Además, es Experto en Nutrición y Planificación Dietética por la Universidad Complutense de Madrid y Máster Oficial en Enfermería de Diálisis y Trasplante Renal. Actualmente, trabaja en el servicio de Nefrología, Diálisis y Trasplante Renal en el Hospital Universitario Germans Trías i Pujol (Badalona).

Se suele decir que “somos lo que comemos”, pero, ¿hasta qué punto es importante la alimentación en la salud de las personas?

Podríamos decir que, junto con el descanso y el ejercicio físico, la alimentación es un pilar fundamental en la salud de las personas. Debemos entender que el cuerpo humano es un sistema de entradas y salidas que tiene el objetivo de transformar los alimentos en energía. Por tanto, alimentarse bien es crucial para mantener equilibrado el estado energético de nuestro organismo. Cuidar este aspecto sirve tanto para mantenernos sanos como para sanarnos en caso de perder la salud. Cuando viene la enfermedad, es decir, cuando el organismo no es capaz de adaptarse a algún desequilibrio interno, los distintos alimentos pueden ser claves para la curación por sus distintas características bioenergéticas, su estructura y su función, que repercute en el comportamiento de nuestro medio interno. Así pues, la alimentación es decisiva tanto en la prevención como en la curación de la enfermedad.

¿Qué hábitos saludables recomendaría?

En occidente tendemos a menudo a hacer separaciones entre cuerpo y mente, a fragmentar la medicina en función de órganos a tratar o a disociar el tratamiento de la enfermedad del propio enfermo que la sufre. Estas son consecuencias de un enfoque biomédico de la medicina, que es el que actualmente impera. Sin embargo, somos una unidad bio-psico-social y espiritual. No hay separación real entre estos aspectos, que hemos decidido separar a nivel mental. De forma que aquellos hábitos que son buenos para la mente lo son para el cuerpo y viceversa, y aquello que supone plenitud para nuestro espíritu tiene sus repercusiones a su vez en la química de nuestra biología y en nuestra salud en general.

¿Qué hay sobre los hábitos en la alimentación?

Podríamos dar algunas pautas generales, como por ejemplo:

1. Escoger alimentos poco procesados. En una época como la actual parece especialmente importante seleccionar bien los alimentos que vamos a consumir, en vista de la gran variedad de alimentos de todo tipo que se nos ofrecen. Cuanto más cercanos estén a la naturaleza, que ha tenido millones de años para crearlos, mejor.

2. Priorizar alimentos que nuestra especie está acostumbrada a consumir. Parece una obviedad, pero si nos fijamos, un gran porcentaje de alimentos que nos venden actualmente solo han existido en las últimas décadas. Incluso aquellos que pareciera que hemos consumido desde siempre como homo sapiens, en realidad son una novedad de los últimos milenios. El pan, por ejemplo, se estima que se empezó a elaborar hace unos 6.000 años, y la leche de vaca se empezó a beber en los últimos 7.500 años. Además, hay culturas o áreas geográficas donde estos alimentos se han incorporado mucho más tarde a la dieta humana o no lo han hecho en absoluto. De forma que, en general, nuestros genes están menos adaptados a ellos que al pescado, la carne, las hortalizas, las frutas o los tubérculos, por ejemplo, que venimos consumiéndolos centenares de miles de años en nuestra extensa etapa de cazadores-recolectores (y además están menos procesados).

3. Basar la dieta en vegetales, no en carbohidratos. La pirámide nutricional que aconseja basar la dieta en cereales y sus derivados en mi opinión deja mucho que desear. Los que la defienden deberían examinar si el impacto en términos de salud general de la población ha sido todo lo deseable que cabría esperar. Las nuevas tendencias nutricionales están dejando esta pirámide obsoleta atrás, y posicionan a los vegetales como la base de la alimentación. Los carbohidratos van después, moderándose su consumo en función de la actividad física que haga la persona. Tal vez con este cambio la prevalencia de muchas enfermedades disminuiría (aunque determinadas industrias perdieran ingresos).

4. Atender a aquello que nos sienta bien y lo que no. Debemos estar dispuestos a eliminar ciertos alimentos de nuestra dieta si es que nos sientan mal (aunque por costumbre de nuestra familia o sociedad siempre los hayamos consumido). Cada persona es diferente y lo que le conviene a alguien puede no convenirle a otro. Así pues, cada cual debe buscar su dieta, los alimentos que le sientan bien y los que no, y tener la suficiente determinación como para apartar los alimentos que perjudican a su organismo pese a la tradición o el condicionamiento social.

5. No tener miedo a experimentar con el ayuno cada cierto tiempo. Tan importante es comer bien como dar periodos de descanso al aparato digestivo. La popularización del ayuno no conviene a la industria farmacéutica o la alimenticia, que perderían dinero si se popularizara como medio de prevención y curación de la enfermedad. Pero la evidencia histórica y científica cada vez está poniendo más de manifiesto que puede ser una de las herramientas de salud más importantes de las que disponemos para vivir mejor, más años y de forma más consciente.

¿Qué tipo de personas, considera, es crucial que sigan unas pautas en su alimentación?

Todas las que quieran estar sanas, sin excepción. Entre aquellas que es más crucial, se encuentran las que no gozan de buena salud o están enfermas. Para estas, solucionar el desorden interno, que es la enfermedad, es más importante. Pero sirve para todo aquel que quiera evitar sufrimiento, malestar o enfermedades a largo plazo.

Cuando se habla de nutrición, generalmente las personas piensan solo en la comida, pero también es importante la bebida, ¿no?

Desde luego, pero conviene tener cuidado a la hora de seleccionarla. Hoy en día, las bebidas más popularizadas no son especialmente saludables. La leche, por ejemplo, es cada vez más cuestionada en la bibliografía científica, y se ha comprobado que cuanto menos grasa tiene, peor es para el organismo. Hay que desechar por tanto el mito de que la grasa es mala, y conviene escoger la entera antes que la desnatada o la semidesnatada, porque tiene más factores protectores y la insulina responde mejor a ella. Y si tenemos acceso a él, mucho mejor tomar kéfir, que tiene probióticos. Las leches vegetales son un sustituto muy pobre nutricionalmente, y, como siempre digo, deberían llamarse bebidas de azúcar enriquecidas, porque si nos fijamos en su composición apenas superan un 10% de aquello de lo que dicen estar hechas (su principal ingrediente es el azúcar). El café, aunque no es para todo el mundo, tiene sus beneficios, especialmente a nivel antioxidante y estimulante. El té es otra gran alternativa muy sana. Y otra bebida no tan conocida pero muy saludable es la kombucha (té fermentado rico en probióticos).

¿Asimilan todas las personas igual los mismos nutrientes?

Hasta donde yo sé los asimilan igual, es decir, empleando las mismas formas y rutas metabólicas, pero cada organismo tiene sus particularidades. Poniendo de nuevo el ejemplo de la leche, por razones genéticas habrá a quien le siente realmente mal y a quien le siente fenomenal porque su línea genética lo ha venido consumiendo por muchas generaciones. Y habrá otras personas que, tal vez, tienen la necesidad de aportes extra de hierro o calcio porque su organismo asimila estos nutrientes de forma deficiente. De forma que cada cual debe encontrar su propio equilibrio, ser sensible a lo que le está diciendo el organismo y no tener miedo a experimentar. Siempre desde el conocimiento y la información, claro.

Una enfermedad muy común actualmente es la obesidad infantil, que influye directamente en los adolescentes. ¿Por qué cree que hay tantos adolescentes que padecen, hoy en día, esta enfermedad?

La obesidad es el resultado de habernos alejado mucho y demasiado rápido de aquello que hemos venido haciendo durante nuestra mayor parte de existencia como homo sapiens. Los niños y adolescentes no son obviamente ajenos a este fenómeno. La obesidad la podemos englobar en las llamadas enfermedades de la civilización. Estas incluyen también otras enfermedades metabólicas como la diabetes, cardiovasculares, como la aterosclerosis, los infartos, las cardiopatías y también las alergias o, incluso, el cáncer. Todas estas enfermedades son epidémicas en nuestras sociedades occidentales y responden a un estilo de vida sedentario, a un consumo de alimentos inadecuados o hipercalóricos, y a un entorno saturado de contaminación, aditivos y sustancias nocivas a las que el cuerpo no está acostumbrado en absoluto. Tampoco ayuda la formación nutricional que recibe la población, ni las pirámides nutricionales más conocidas, por cierto.

Una buena alimentación también influye en algunas enfermedades de la piel, como el acné. ¿Qué se podría hacer para paliar, aunque sea un poco, los efectos de esta enfermedad?

El acné también es una enfermedad de la civilización. Existen estudios donde se analizan las enfermedades de distintos pueblos de cazadores recolectores ajenos a nuestra civilización donde las tasas de cáncer o de acné son inexistentes. Y también podemos encontrar en los registros de Schaefer (un médico que pasó 30 años estudiando al pueblo Inuit) que cuando seguían su dieta tradicional y su forma de vida no padecían enfermedades como estas, y cuando hicieron la transición a la vida moderna se dispararon sus tasas de enfermedades de la civilización hasta niveles occidentales. Y no son los únicos, otros pueblos nativos como los tártaros, los yakutos o los masai presentaban tasas casi inexistentes de enfermedades. Así pues, la lógica nos lleva a pensar que habría que volver a estudiar las formas de alimentación que tenían estos pueblos, la actividad física que realizaban, y tomarlos en estos aspectos como referencia.

Del acné, en particular, se sabe que los lácteos son muy perjudiciales, así como los cereales en sus múltiples presentaciones, los alimentos y bebidas ricas en azúcares, los alimentos de alto índice glucémico, las grasas saturadas, las desequilibradas en omega 6, los estimulantes como el café o el cacao, o incluso los multivitamínicos que contienen la vitamina B12. De entre aquellos beneficiosos encontramos las verduras, las grasas ricas en omega 3, oligoelementos como el zinc, la vitamina A y E, el té verde, o incluso la proteína de guisante, por su papel regulador de la glucosa en sangre. Diría que tomando en cuenta estas pautas, mejorarían también otras enfermedades de la civilización, no solo el acné.