«Existe un efecto indirecto del virus generalizado por el estrés mantenido»

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José Cañete es médico especialista en Psiquiatría desde 1985 y doctorado en Medicina en 1993 con la tesis doctoral: “Orígenes de la ansiedad crónica”. Como psiquiatra clínico, ha desarrollado su actividad en diversos centros públicos de la sanidad catalana, atendiendo personas con problemas de ansiedad, depresión, trastornos bipolares, y otras patologías. Desde 1999, desempeña el cargo de director del área de Salud Mental del Consorci Sanitari del Maresme (Hospital de Mataró) y de profesor colaborador en la Facultad de Psicología Blanquerna de la Universitat Ramón Llull de Barcelona. Desde 2019, es consultor y presidente de la Fundació Salut Plus para la atención psicosocial de personas con enfermedades crónicas.

En los últimos meses y a consecuencia de la llegada de la Covid-19, se ha hablado mucho de la fatiga pandémica, de qué es, etc., pero… ¿Cómo puede saber una persona si la padece? ¿Cuáles son sus signos o síntomas?

Desde mi punto de vista, la pandemia ha actuado como una fuente de estrés crónico que se inició en marzo de 2020 y que aún está presente en todos los ámbitos de la sociedad. Este estrés tiene su origen en la amenaza continuada para la salud que representa el virus (ingresos, neumonía, UCIs, muerte, etc.) pero también en el impacto de las medidas de confinamiento y en los problemas sociales y económicos derivados.

Así, existiría un efecto directo del virus en las personas afectadas y en sus familiares y allegados, pero un efecto indirecto generalizado por el estrés mantenido. Determinados colectivos (por ejemplo personas mayores o personas con enfermedades crónicas) han experimentado más intensamente el estrés y el sufrimiento. La fatiga pandémica se refiere al malestar psicológico (cansancio, desmotivación, preocupación, etc.) derivado de la pandemia que se ha objetivado en diversos estudios y encuestas en la población general. Básicamente se trata de síntomas leves como ansiedad, irritabilidad, insomnio ocasional, desesperanza, cambios de humor y cierta apatía. Afortunadamente la vacunación ha supuesto un cambio muy positivo en las expectativas y en las limitaciones de las personas y podemos decir que la fatiga pandémica también empieza a reducirse y desaparecer.

Una investigación realizada en Irlanda durante el verano reflejó que, la mitad de las personas que habían contraído la Covid-19, presentaban síntomas de fatiga física severa hasta 10 semanas después de haber recibido el alta médica. Sin embargo, esta fatiga también se puede presentar en el resto de personas que no han pasado la Covid-19, ¿por qué?, ¿qué puede provocarla en estas personas?

Se ha visto que más de un 10% de los pacientes que han requerido hospitalización por la infección por Covid-19 continúan experimentando síntomas -principalmente fatiga, disnea, cefalea- tiempo después del alta y de haber eliminado el virus. Esta condición se llama “Covid persistente” y, aunque se desconoce el mecanismo de producción, está vinculada a la infección y a los mecanismos inmunológicos implicados y, por tanto, no aparece en personas no infectadas. En cambio, como hemos dicho, la “fatiga pandémica” sí afecta a personas no infectadas.

Algunos profesionales indican que no se trata de la fatiga de un individuo, sino de una fatiga de la sociedad, ¿usted qué opina?

La fatiga es cansancio e incluye los aspectos sociales negativos asociados a la pandemia (limitación, aislamiento, miedo, etc.) así como el efecto de un exceso de información sobre la covid y la marcha de la pandemia.

Se dice que los jóvenes son los más afectados por la fatiga pandémica, ¿por qué cree que es así?

La ponderación de los efectos negativos de la pandemia en las diversas edades y colectivos es un tema aún en estudio. Se habla de los jóvenes porque se consideran que están una etapa de maduración y crecimiento y son más sensibles a los efectos negativos del estrés o del trauma.  Por ejemplo, la interrupción de las clases o el confinamiento y la limitación de contactos sociales ha tenido efectos negativos en esta población.

Para las personas, que ya de antes de la pandemia, padecían alguna enfermedad mental, ¿cómo les ha afectado esta fatiga? ¿Qué consecuencias ha tenido en ellos?

Además de los jóvenes, las personas con enfermedades previas, tanto por causas médicas o de salud mental, se han visto más afectadas. Junto a una mayor vulnerabilidad a sufrir complicaciones en caso de infección, esta población se ha visto privada con frecuencia del seguimiento médico, de tratamientos o pruebas requeridas por su enfermedad debido al colapso del sistema sanitario.

En el contexto hospitalario, hemos asistido inicialmente a una reducción de las visitas a urgencias psiquiátricas y hospitalizaciones durante la pandemia debido al confinamiento. Actualmente, las cifras de demanda de atención en psiquiatría y salud mental aumentan y creo que no solo es por la fatiga, también porque se dejó de atender (o se hizo de forma precaria) a estos pacientes durante 2020.

No hay duda de que somos vulnerables a la fatiga pandémica por causas psicológicas, pero también se le puede hacer frente, ¿qué actividades o prácticas recomendaría para ello?

Como hemos dicho, la fatiga pandémica es una forma de estrés prolongado y para combatirla se recomiendan prácticas saludables, comenzando con reducir la exposición a noticias negativas que no aportan nada y aumentan el miedo en la población. Es esencial procurar medidas higiénicas, seguir horarios razonables que aseguren dormir las horas suficientes por la noche, llevar una dieta sana, ejercicio moderado y conseguir un entorno próximo amigable.

Es importante tener y practicar aficiones que permitan «desconectar» de las preocupaciones, fomentar las relaciones y permitir espacios de relax y reducción del estrés mediante relajación, yoga, meditación, mindfulness u otras técnicas.

En este sentido, ¿cuándo se recomendaría que una persona con esta afección visitase a un profesional de la salud emocional?

En ciertos casos los síntomas de estrés pueden ser más intensos y aparecer insomnio, tensión, ansiedad, fobias, obsesiones o incluso síntomas de depresión (tristeza, baja autoestima, ideas pesimistas, pérdida de apetito…). Si los síntomas interfieren claramente en el día a día indican que es necesario recurrir a la ayuda de un especialista.

El nuevo coronavirus ha provocado un incremento del uso de las tecnologías, ¿cómo ha impactado la telemedicina en la atención a los pacientes psiquiátricos?

Se considera algo positivo que ha resultado de la pandemia. Como en otros recursos, es importante establecer las bases e indicaciones de la telemedicina. El confinamiento y la ausencia de servicios disponibles en la proximidad ha provocado que muchas personas y profesionales hayamos utilizado la telemedicina de una forma intensiva, en mi caso especialmente en la modalidad de tele consulta.

La considero muy útil en psiquiatría y psicología, ya que permite acceder a especialistas de forma rápida, evitando las barreras que supone la visita presencial. En mi caso he podido conectarme y visitar a personas con problemas de salud mental de diferentes regiones de España que no tenían opción de acudir a sus profesionales de referencia, y creo que hemos ayudado a muchos revisando las pautas de tratamiento, dando continuidad a las recetas o resolviendo problemas de ansiedad y depresión relacionados con la fatiga pandémica

¿Cree que la telemedicina ha llegado para quedarse?

Sí, por supuesto, pero aún queda camino para ampliar el acceso a la telemedicina a personas mayores o personas que no disponen del conocimiento o  los medios para conectarse a internet o al móvil.